LA DESBANDÁ (II)

La toma de Málaga.
La decidida actuación de los malagueños fieles a la legalidad republicana, impidió que el golpe que los militares sublevados intentaron contra la República triunfara en Málaga, pero que sí se produjo en otras capitales andaluzas. Desde los primeros días de la guerra, el objetivo del general sublevado Queipo de Llano era comunicar Sevilla, Cádiz y Granada, lo que a su vez dejaría en una situación muy precaria a Málaga, ya que le impediría su comunicación con Madrid por el NO y dificultaba la llegada de refuerzos por el levante. Estos objetivos se alcanzaron en agosto de 1936 con las caídas de Antequera y Ronda.
En septiembre fue designado Comandante Militar de Málaga el Teniente Coronel Luís Romero Bassart, quien tuvo numerosos desencuentros con las autoridades civiles. En octubre, con la llegada al gobierno de Largo Caballero, se crea el Ejército Regular de la República. El Comisariado de Guerra recae en el diputado comunista Cayetano Bolívar. Hasta el 20 de noviembre no se produce la unificación de todas las milicias. Desde los primeros días de enero, los telegramas de las autoridades malagueñas dirigidos al gobierno solicitando el envío urgente de material de guerra, fueron constantes sin que las peticiones fueran atendidas. Ese mismo mes los sublevados comienzan una segunda fase encaminada a la toma de Málaga. La llegada de los italianos decide a Queipo de Llano a iniciar el asalto final a la ciudad. Los italianos componían todo un cuerpo de ejército totalmente organizado, con sus mandos, bien dotado de armas, vehículos y artillería. Queipo de Llano dispuso de las fuerzas de marroquíes estacionadas en Andalucía y columnas de voluntarios que acompañaron a los italianos. Frente a estos se enfrentaba un ejército republicano mal armado y al que no llegó la reiterada petición de ayuda al gobierno de la República.
Se inicia el avance desde el sector de Algeciras, conquistando Estepona y Marbella entre el 14 y el 22 de enero. El 5 de febrero partió una columna desde Marbella, que al día siguiente tomó Fuengirola. Los italianos tomaron Alhama y otras fuerzas se situaron en Órgiva para cortar la salida hacia Motril. A los republicanos les quedó como única salida la carretera que conducía a Almería. El día 6 se inició la retirada hacia Málaga de los milicianos, junto con la población civil, de los frentes de la costa y del Valle de Abdalajís. En la mañana del día 7, ante la cercanía de los militares nacionalistas, las autoridades republicanas tomaban la decisión de evacuar Málaga y trasladar el cuartel general a Nerja. En la mañana del día 8 llegaban las primeras fuerzas italianas, marroquíes y nacionales a las calles de Málaga. A las 5 de la tarde desfilaban por la ciudad que acababan de vencer y se inició una feroz represión. Las atrocidades que se cometieron eran tan inhumanas que hasta los italianos protestaron.
La desbandá.
En la madrugada del 7 al 8 de febrero, al oír los primeros cañonazos de las fuerzas nacionalistas que ya se acercaban a la ciudad, cientos de miles de malagueños, la mayoría mujeres, ancianos y niños, huyeron de Málaga hacia Almería, para recorrer los más de doscientos kilómetros que separan ambas ciudades. A los habitantes de la capital de la provincia se sumaban los miles de vecinos de los pueblos cercanos e incluso de otras provincias que, conforme iban siendo ocupados por los sublevados, buscaban refugio en la capital, aterrados ante las noticias que circulaban de las atrocidades que los moros y los falangistas cometían con los que permanecían en los pueblos que sometían. Pronto, las calles que conducían a la carretera se llenaron de una abigarrada y heterogénea multitud. Iban cargados con todo lo que podían: mantas, colchones, maletas, bultos diversos. La mayoría se trasladaba a pie, otros en burros y caballos y los que menos en coches que iban atestados de personas y enseres. Todos con la ansiedad por salir, la incertidumbre sobre cómo sería el camino y el miedo a que las tropas sublevadas cortaran la retirada.
Desde la salida, el bombardeo a los fugitivos fue constante por tierra, mar y aire. Los buques Almirante Cervera y Canarias bombardeaban a la multitud desde el mar, al que separaba de la carretera una estrecha franja de tierra. Por el aire los bombardeos de alemanes e italianos atacaban tanto a las personas que huían como destruían los puentes bajo los que se intentaban refugiar de la lluvia de fuego y metralla. Los testimonios de los supervivientes son aterradores. Describen cómo por todas partes se veían cadáveres y cuerpos mutilados, niños que se habían perdido de sus padres y madres que gritaban como locas buscando a sus hijos. El sadismo de la aviación de los sublevados llegaba a ametrallar a los que se intentaban refugiar bajo los puentes y a bombardearlos para destruirlos. El cañoneo desde los barcos iba dejando un reguero de muertos y heridos a lo largo de la costa y la artillería desde los montes cercanos completaba esta labor de exterminio. Cuando llegaron a la provincia de Almería no había terminado su calvario. En la población de Adra de nuevo fueron ametrallados, causando muchos muertos.
Finalmente, exhaustos, con hambre y sed, heridos muchos de ellos, los supervivientes iban llegando a Almería. Algunas familias fueron acogidas en en casas de vecinos de la ciudad. Otros al llegar a la ciudad, se cobijaron en la misma Alcazaba, las cuevas de La Chanca y de las Palomas, las canteras califales, la calle Regocijos, la Rambla, El Zapillo, hostales y hoteles que algunos podían pagarse, portales y los refugios que estaban en construcción. La llegada a Almería de tal cantidad de refugiados, presentaba gravísimos problemas logísticos a una ciudad que no contaba con más de 50.000 habitantes. El gobernador civil derivó a muchos de los recién llegados a otros pueblos de la provincia y, cuando estos ya estaban saturados, otros muchos continuaron su éxodo hacia las ciudades levantinas y catalanas, y también fueron muchos los que terminaron su periplo exiliados en Francia.

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