PARTIDOS POLÍTICOS Y DEMOCRACIA

 


Ante el avance del nacionalpopulismo y otros grupos de extrema derecha, muchos analistas políticos señalan como una de las causas el descrédito y la pérdida de confianza en los partidos clásicos, tanto en la socialdemocracia y los partidos situados a su izquierda, como en los partidos conservadores; todos considerados partidos del establishment. Esta situación supone un grave retroceso para la democracia.

En este artículo se hace una breve historia de los partidos políticos, se analizan las posibles causas de su descrédito y por qué son necesarios para el mantenimiento y desarrollo de la democracia.

Breve historia de los partidos políticos

En primer lugar es necesario definir qué se entiende por partidos políticos. Se han publicado muchas definiciones, pero todas coinciden en que se trata de asociaciones voluntarias de individuos, que tienen en común una misma ideología y que pretenden alcanzar el poder para aplicar un programa de gobierno.

La creación de partidos políticos está íntimamente ligada a la democracia liberal. En la antigüedad clásica existía una democracia directa. Un sistema político que se basaba en tres principios básicos: derecho de todos los ciudadanos libres varones a participar en la asamblea; la igualdad política, por lo que los cargos se elegían por sorteo; solo se podía aplicar en comunidades relativamente pequeñas, como las ciudades-estado. Frente a este sistema, en la actualidad se ha impuesto la democracia liberal, basada en: la soberanía popular; la elección libre y periódica de representantes; el equilibrio de poderes y la existencia de un estado de derecho; el reconocimiento de una sociedad pluralista con diversidad de ideas y la participación de partidos políticos y medios de comunicación.

El establecimiento de la democracia liberal en la mayoría de los estados fue un proceso gradual. Entre los precedentes podemos citar las facciones que durante el Antiguo Régimen enfrentaban a distintos grupos, formados en torno a figuras relevantes. Las revoluciones del siglo XVIII dieron lugar al triunfo del principio de soberanía popular. En el Parlamento inglés se configuraron dos grandes grupos, los whigs o liberales y los tories o conservadores. La Constitución de los Estados Unidos de 1789 establecía una Cámara de Representantes, elegida por los distritos, y un Senado elegido por los estados. Tras la Revolución francesa, en la Asamblea Nacional se configuraron tres grandes grupos: monárquicos constitucionalistas, jacobinos y girondinos.

La aprobación de la Reform Act en Gran Bretaña (1832) supuso la extensión del sufragio en dicho país, incorporando al sistema político a toda la burguesía. Eso generó que los viejos whigs tuvieron que organizarse de forma distinta, transformándose en el Partido Liberal, con algunas reglas de disciplina interna y cierta coherencia ideológica. En cualquier caso la participación política estaba restringida a la burguesía.

Durante el siglo XIX, tras la extensión del sufragio universal en muchos países, se crearon partidos socialistas que se esforzaron en atraer el voto y la participación de los trabajadores. Los partidos adquieren estructuras burocráticas y aparecen los políticos profesionales. Si bien los dirigentes de los partidos burgueses solían ser propietarios, que podían vivir de sus rentas, los dirigentes de los partidos socialistas eran trabajadores que debían ser remunerados por sus partidos para poder dedicarse a la política.

En el periodo de entre guerras los partidos se transforman en partidos de masas, con un gran número de afiliados y una estructura cada vez más burocrática, lo que supone un gasto importante. Este era financiado con las cuotas de los afiliados y las subvenciones de los estados, proporcionales a sus resultados electorales. También en este periodo se produce la división de los partidos socialistas entre socialdemócratas y comunistas y el establecimiento de estados totalitarios, de partido único, con estructuras rígidas y con un líder indiscutible al que se rinde culto.

Después de la II Guerra Mundial se consolidan los partidos de masas con dos grandes corrientes: socialdemocracia y democracia cristiana. En los Estados Unidos se consolidan los partidos Demócrata y Republicano. En el este de Europa se crean las llamadas democracias populares, de partido único y bajo el control de la URSS.

El fin de la guerra fría supuso la extensión de las democracias liberales. Sin embargo, a partir de los años setenta se ha venido produciendo un fuerte descenso del número de afiliados y de votos a los partidos que hasta ahora venían dominando el panorama político. En los últimos años han ido apareciendo nuevos partidos, que están desplazando a los partidos clásicos. Partidos verdes, de la nueva izquierda o nacionalpopulistas, obtienen representación en los parlamentos o consiguen gobernar solos o en coalición.

El descrédito de los partidos políticos

Lo cierto es que los partidos políticos, que hasta ahora venían siendo mayoritarios en las democracias liberales, han sufrido un fuerte descrédito, como se puede comprobar por la manifiesta bajada del número de afiliados, la pérdida de votos en los procesos electorales, especialmente de los partidos socialdemócratas y el gran avance que están teniendo los partidos que se presentan como alternativa a los que consideran que se someten a los dictados del establishment. Las causas de este descrédito son múltiples; aquí voy a esbozar algunas de ellas.

En primer lugar, como ha denunciado Ignacio Sánchez-Cuenca, se está produciendo un proceso de “desintermediación” que afecta a muchas esferas sociales. El masivo uso de las redes sociales y el individualismo, tan mayoritario en la sociedad actual, ha provocado que frente al papel que hasta ahora venían realizando los medios de comunicación, de promover los temas de debate y configurar la opinión pública, los ciudadanos prefieran informarse a través de medios en los que fluye la información (o la desinformación) en medios horizontales, en los que pueden participar sin ningún tipo de intermediación. Por otra parte rechazan que sus representantes en las instituciones sean políticos bien preparados, que prescriben soluciones complejas a problemas complejos. En su lugar muchos prefieren a líderes menos preparados, a los que consideran iguales a ellos, pero que no se sometan al establishment y lleven a cabo lo que sus representados les piden, proponiendo soluciones simples a problemas que requieren propuestas mucho más elaboradas.

También hay causas que dependen directamente de los partidos. De forma muy sumaria se pueden señalar los numerosos casos de corrupción, a los que hay que sumar las denuncias falsas de corrupción, aireadas por determinados medios y grupos que, aunque finalmente se archiven por falsas, ya han provocado la sensación de corrupción generalizada. Otra causa del descrédito de los partidos se refiere a los incumplimientos de las promesas realizadas durante las campañas electorales. A esto hay que añadir la coincidencia de propuestas entre los grandes partidos en temas nucleares, que sí dividen a la sociedad. También influye en ese descrédito la falta de democracia interna, ya que en muchos casos las ejecutivas de los partidos ejercen un control absoluto, lo que les permite mantener sus puestos, a costa del derecho a la participación efectiva de los afiliados.

Por último, en esta somera relación de posibles causas de la falta de confianza en los partidos, muchos politólogos señalan el papel, cada vez más importante, que en las propuestas políticas están adquiriendo temas nuevos, como el feminismo, la lucha contra el cambio climático o la inclusión social; debates que algunos consideran que están desplazando a otros más materiales, como la mejora del poder adquisitivo o el acceso a la vivienda.
 
Por qué son necesarios

A pesar de este descrédito y las causas que lo justifican, el problema de la política es que no sabemos cómo prescindir de la representación. De hecho se puede afirmar con toda rotundidad, que sin partidos no hay democracia. De todos los problemas y reivindicaciones que existe en la sociedad, los partidos cumplen la misión de decidir cuáles son los más importantes y por tanto de organizar el debate, priorizando unos frente a otros. Cada partido realiza una ordenación de estos temas de forma diferente, dependiendo de su ideología. Así unos priman conservar la situación actual, bajo la premisa de la importancia de la estabilidad, mientras que otros defienden un progreso social que profundice la democracia y reduzca la desigualdad. Para unos es fundamental respetar las reglas del mercado, frente a los que proponen la actuación pública para garantizar servicios y derechos. Así podríamos seguir hasta agotar todos los temas que preocupan a la sociedad. En base a ese ordenamiento de los temas, los partidos elaboran sus propuestas y programas que pretenden aplicar si ganan las elecciones. El papel de los medios de comunicación, debería ser organizar el debate público de esas propuestas, para que los ciudadanos las conozcan y actúen en consecuencia. Los afiliados de los partidos y la sociedad civil en su conjunto, deben vigilar que lo que proponen beneficia a la mayoría, y no a determinados grupos, y denunciar los posibles casos de corrupción.

Cuando los partidos dejan de contar con la confianza de los ciudadanos y los medios no cumplen su papel de informar y denunciar con veracidad, se produce el auge de los grupos nacionalpopulistas y de extrema derecha, que no creen en el libre debate de las ideas y que pretenden imponer su visión de la sociedad. En suma, se produce un grave retroceso de la democracia, que como hemos visto a lo largo de la historia, no es un sistema inmutable y al que hasta ahora no le podemos oponer otro sistema mejor.

Si bien es necesario que la sociedad en su conjunto impulse medidas que corrijan las causas del descrédito de los partidos, esto no puede llevarnos a la negación de la necesidad de los partidos, lo que en la práctica supone la negación de la democracia.
 
 Alguna bibliografía:

- Batet, Meritxel, “En defensa de los partidos políticos: sin ellos, no hay democracia”, El País, 28/04/2025.

- Eatwell, Roger; Goodwin, Matthew. Nacionalpopulismo, Península, Barcelona, 2019, Edición digital.

- Sánchez-Cuenca, Ignacio, “El ‘grado cero’ de la democracia”. El País, 13/05/2025.

- Sánchez-Cuenca, Ignacio, El desorden político. Democracias sin intermediación, Catarata, Madrid, 2022.

- Soriano Díaz, Ramón Luis, “El dominio de los partidos políticos”: Partidos y sociedad. Revista de estudios políticos, Nº 105, 1999, 265-277.

Comentarios

  1. Ya lo hablaba Platón. Los políticos hombres mayores y maduros. Cuando un hombre ha alcanzado la madurez y su independencia económica, es el momento de dedicarse a gestionar la cosa pública.
    Cuando el ejercicio de la política responde a cubrir las necesidades primarias, el político solo busca mejorar su situación personal y conseguir un lugar bajo el sol. A partir de ahí, gestionar y buscar el caballo ganador y hacerse corifeo.

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