FASCISMO, NEOFASCISMO Y POSFASCISMO
En
octubre de 2018 publiqué una entrada en este blog bajo el título “El
franquismo sin Franco”. En dicha entrada me preguntaba “si
se está produciendo un resurgir de las ideas que
se aplicaron durante la dictadura de Franco y que forman el núcleo
de lo que conocemos como franquismo”.
También
se incluía un análisis sobre los partidos de extrema derecha que
habían aparecido durante la transición
democrática,
haciendo especial referencia al auge que el partido VOX estaba
teniendo en esos momentos y del que decía que “Sondeos
electorales recientes le atribuyen al menos un diputado en unas
elecciones generales”. La
entrada concluía afirmando que “Si
bien actualmente parece impensable una vuelta al franquismo y lo que
éste supuso en la historia reciente de España, no es descartable la
asunción por la sociedad española de algunos de los postulados
políticos que se impusieron durante el franquismo, adaptados a los
nuevos tiempos, como está ocurriendo con los grupos neofascistas que
están teniendo cada vez más relevancia en muchos estados europeos”.
En
los quince meses transcurridos desde la publicación de este artículo
han ocurrido muchos acontecimientos tanto
en la historia reciente de España como en la Unión Europea y
América. Baste citar el
triunfo de Bolsonaro en Brasil, la salida del Reino Unido de la Unión
Europea o las cuotas de poder adquiridas por el grupo VOX con una
importante presencia en el Congreso o su influencia en el gobierno de
territorios como Andalucía, Madrid o Murcia.
Acontecimientos que entonces resultaban impensables y que es
necesario analizar para comprender lo que en el ámbito político y
social está ocurriendo en España y las sociedades de nuestro
entorno. Y uno de los
procesos que más parecen estar influyendo en las sociedades actuales
es un nuevo renacer de los grupos ultranacionalistas y de extrema
derecha.
En
esta entrada pretendo diferenciar tres de
esas corrientes ideológicas
que están teniendo gran
influencia en la actualidad, que conviven en muchos Estados y que a
veces se confunden; aunque las tres tienen en común su ataque a los
principios básicos de la democracia, sus
orígenes y propuestas son
diferentes por
lo que es necesario saber
distinguirlos
para defender la democracia. Naturalmente me estoy refiriendo al
fascismo, neofascismo y posfascismo.
Orígenes
y evolución del fascismo
Según
los autores del libro Patriotas indignados (Madrid,
Alianza, 2019) el germen histórico del fascismo hay que buscarlo en
Rusia. Junto a la revolución de 1905 apareció la contrarrevolución
de la ultraderecha con el grupo Centurias Negras, que contaron con
apoyo de las autoridades. Su discurso incluía el antisemitismo. Para
las Centurias el enemigo de los trabajadores eran las clases medias
extranjeras, sobre todo polacas y judías. Si bien tras la revolución
bolchevique desaparecieron, sus ideales permanecieron entre muchos de
los exiliados, lo que se pudo comprobar con su renacimiento a partir
de la desaparición de la URSS.
Pero
el periodo en el que se desarrollaron el fascismo y el nazismo, que
podemos considerar clásico, fue el comprendido entre la Primera y la
Segunda guerras mundiales. Los efectos inmediatos de la Primera
Guerra Mundial sobre la vida económica y social fueron profundos y
demoledores. Además de la enorme pérdida de vidas humanas, causó
una destrucción material sin precedentes acompañada de una fuerte
inflación y un enorme desempleo. Los únicos beneficiados fueron
EE.UU. y Japón mientras que en Europa, tanto los vencedores como muy
especialmente los que perdieron la guerra, acabaron pagando las
consecuencias. Las nuevas fronteras fueron causa de fuertes
fricciones entre los países.
En
Italia se sintieron profundamente decepcionados por los acuerdos de
paz en los que no consiguió ninguna de sus reivindicaciones
territoriales. En este contexto Mussolini fundó en 1921 el Partido
Nacional Fascista. Aceptó las propuesta de los radicales de su
partido de marchar sobre Roma para derrocar al gobierno. El 30 de
octubre de 1922 llegó a Roma. Los políticos, excepto los
comunistas, aceptaron a Mussolini pensando que respetaría la ley.
Aunque sólo tenía 30 diputados formó gobierno con demócratas,
liberales, populistas y nacionalistas. Tras crear el Gran Consejo
Fascista, mandó detener a los dirigentes comunistas e ilegalizó el
partido. Las elecciones de 1924 le dieron una abrumadora mayoría. En
1925 decidió convertir Italia en un gobierno fascista. En 1926 su
partido era el único legal.
Los
principios básicos del programa fascista se pueden resumir en un
nacionalismo extremo, exaltación del Estado por encima de los
individuos, rechazo de la democracia, anticomunismo y legitimación
de la violencia como medio para imponer su ideario. Su política
económica fue errática e ineficaz y tuvo como consecuencia el
empobrecimiento de los trabajadores y el enriquecimiento de los
grandes industriales. En 1932 proclamó que el capitalismo estaba
muerto y que el corporativismo era la única forma de superar las
deficiencias del liberalismo económico.
En
Alemania, una vez finalizada la guerra, se estableció una república
basada en una Constitución democrática que se conoce como la
República de Weimar. Esta tuvo que hacer frente a varios intentos de
golpe de Estado y a las consecuencias sociales y económica de la
guerra. En 1920 se creó el Partido Nacionalsocialista de los
Trabajadores Alemanes, más conocido como el partido nazi. En 1921 se
puso al frente del partido Adolf Hitler. Lo dotó de un carácter
violento creando unos escuadrones paramilitares, la SA. También le
dio un carácter antijudío e incluyó algunos de los símbolos y
propuestas del partido fascista italiano. La crisis de 1929 provocó
un fuerte polarización económica que se tradujo en la victoria del
partido nazi por lo que en 1933 Hitler fue nombrado canciller en un
gobierno de coalición y en 1934 se proclamó Führer y canciller del
Reich. En pocos meses transformó Alemania en un estado totalitario y
en 1934 disolvió partidos y sindicatos y las libertades individuales
fueron suprimidas. Envió a campos de concentración a cuantos
consideraba enemigos del Estado, fundamentalmente judíos, gitanos,
homosexuales y comunistas. Se embarcó en una política de rearme que
convirtió a Alemania en una potencia industrial y militar. Como
ocurrió en Italia esto produjo el empobrecimiento de las clase
obrera y grandes beneficios para los capitalistas. Elemento
fundamental de su política era asegurar la pureza racial, lo que se
tradujo entre otras cosas en la persecución de los judíos,
presentados como causa de la corrupción de la raza y de los
problemas económicos de la clase trabajadora.
Pero
Italia y Alemania no fueron los únicos regímenes autoritario que se
establecieron en Europa en el periodo de entre guerras. Hungría se
convirtió en una dictadura en 1920, en 1926 lo hizo Portugal y a lo
largo de los años treinta Austria, Grecia, Rumanía y Bulgaria. En
España Primo de Rivera estableció una dictadura en 1923 y tras el
paréntesis democrático de la Segunda República, el general Franco
impuso una dictadura, claramente inspirada en el fascismo italiano,
que duró hasta su muerte en 1975.
Los
elementos comunes de todas las formas de fascismo son un nacionalismo
exaltado y excluyente, en el que cobran gran importancia los símbolos
y rituales; clara tendencia al militarismo para solucionar problemas
políticos y necesidad de destruir a un hipotético enemigo interior.
La principal diferencia entre el fascismo y el nazismo fue el
antisemitismo del partido alemán.
Al
terminar la Segunda Guerra Mundial tanto el nazismo alemán como el
fascismo italiano fueron vencidos. Los grupos fascistas que quedaban
en Europa, incluso los que estaban gobernando, no se atrevían a
presentarse como fascistas o nazis. Las responsabilidades en la
guerra, lo sucedido en los campos de concentración y el holocausto
de las poblaciones judías pesaban mucho en la conciencia colectiva
como para reconocerse herederos de aquellos grupos. Pero a lo largo
de los años ochenta y noventa del pasado siglo, la descomposición
de la URSS, el final de la guerra fría y los cambios en los países
del Este de Europa, dieron lugar a la aparición o reactivación de
grupos fascistas. En Rusia se refundaron las Centurias Negras y se
creó el movimiento neonazi de la Unidad Nacional Rusa. El fenómeno
se extendió por los países del bloque del Este. En el proceso de
disgregación de Yugoslavia se crearon y participaron grupos
paramilitares que no eran sino el brazo armado de grupos
ultranacionalistas y fascistas. Algunos de estos grupos recuperaron
los símbolos fascistas que habían venido utilizando hasta la
Segunda Guerra Mundial. Otros eran partidos de nuevo cuño que no
querían aparecer ligados a los grupos fascistas clásicos, aunque
compartían gran parte de su ideario. Eran los grupos neofascistas.
Muchos de estos grupos fascistas o neofascistas eran aplaudidos por
los países que habían vencido la guerra fría, considerándolos
parte de las fuerzas libertadoras y anticomunistas que habían
derribado el muro. Esto reactivó a los grupos de extrema derecha de
Europa Occidental y América que volvieron a aparecer sin complejos,
tanto grupos fascistas clásicos como neofascistas.
La
crisis de 2008 y la nueva ultraderecha
En
2004 se produjo la ampliación
de la
Unión Europea a diez
nuevos miembros. Ocho de
estos nuevos estados miembros
pertenecían al antiguo
bloque soviético. En las elecciones de 2009
llegaron
al Parlamento Europeo grupos ultraderechistas de esos países. Los
grupos parlamentarios “Europa
de las Naciones y la Libertad” y
“Europa de la Libertad y
la Democracia Directa” engloban
a muchos de esos partidos.
Ambos grupos gozan de grandes recursos económicos por parte del
Parlamento Europeo. Eran
años de gran crecimiento económico auspiciado por políticas
neoliberales que defendían un crecimiento económico acelerado, sin
reparar en los medios utilizados y que algunos han denominado
capitalismo canalla.
Lo
que parecía era un crecimiento sin límites, que daría lugar a una
clase media universal, fue frenado en seco en la gran crisis de 2008.
Para frenar las consecuencias de esa crisis, la Unión Europea aplicó
políticas basadas en la austeridad presupuestaria, los recortes en
servicios sociales, la bajada de salarios y pensiones y la pérdida
de derechos de los trabajadores. Se disparó el rechazo de muchos
trabajadores y miembros de las clases medias contra los burócratas
de la Unión Europea y las políticas neoliberales que representaban.
Como reacción apoyaron a partidos de extrema derecha y
ultranacionalistas que se presentaban como los defensores de la
nación frente a las injerencias de la Unión Europea, el FMI y el
Banco Central Europeo. Estos partidos decían defender a los
trabajadores, a los autónomos y a la pequeña empresa, frente a los
políticos que no habían sabido evitar la crisis. La
negativa de muchos países del norte a pagar las deudas de los países
más endeudados, Portugal,
Irlanda, Grecia y España, despectivamente
llamados PIGS (cerdos en inglés)
aumentó el número de
euroescépticos. En unos
casos defendiendo la salida de sus países de la Unión Europea. El
Partido del Brexit en el Reino Unido es el caso más paradigmático,
pero no es el único. En otros casos no plantean la salida pero
rechazan las políticas comunitarias,
especialmente en lo que se refiere a políticas económicas concretas
y de inmigración. La
crisis de los refugiados ha
dado nuevos argumentos a
estos partidos
que denuncian,
generalmente con noticias falsas, una supuesta invasión de
refugiados, especialmente
los de religión y cultura
musulmana, que dicen que
acabarán con los principios
de la tradición y la cultura europea, ocupan los puestos de trabajo
dejando en el paro a los europeos, reciben
ayudas sociales que quitan
a los nacionales y protagonizan problemas de violencia. Con
estos argumentos, muchos países se negaron a aceptar la cuota de
refugiados que había establecido la Unión Europea.
Algunos
grupos ultranacionalistas y de extrema derecha alcanzaron
el poder. Las elecciones de 2010 en Hungría dieron una aplastante
mayoría a Viktor Orbán. La nueva Constitución que
logró aprobar incluye
referencias a la monarquía y al
cristianismo, el no reconocimiento de la República Popular de
Hungría y
se responsabiliza
al Partido Socialista de los Trabajadores de varios delitos sin
prescripción. Se blinda
legalmente a la familia tradicional y se
omiten
cuestiones de derechos fundamentales, como la prohibición de la pena
de muerte y los trabajos forzados. Ha
realizado una gran ofensiva
para controlar el poder judicial. En
política económica ha
tomado medidas populistas en
las que combina nacionalizaciones en el sector de la energía y los
planes de pensiones o regulación de precios en servicios básicos,
con disminución de impuestos directos, con la implantación de un
impuesto plano, o ventajas fiscales para las multinacionales. Estas
medidas propiciaron el apoyo de amplios sectores de la clase
trabajadora y de
la burguesía.
En Polonia el partido Ley y
Justicia ganó las elecciones de 2015. Practicó una política
similar a la de Orban y también controló al poder judicial. Ambos
partidos se consideran iliberales.
En
Italia, tras el gran escándalo político
de 1992 que
incluyó a la Democracia
Cristiana,
el Partido Socialista
Italiano
y otros partidos centristas, surgió
una difusa aspiración al cambio que propició la aparición del
populismo de Berlusconi con
su partido Forza Italia.
Fruto
de la federación de diversas ligas del norte
de Italia, se
creó la
Liga Norte. Su líder, Umberto Bossi, sustituyó
la lucha de clases con la contraposición entre gran
capital-gobierno-sindicatos y las pequeñas empresas que se debían
defender. En 1994 formó parte del gobierno junto a
Forza Italia, pero a los pocos meses rompió el acuerdo. Salvini
lideró la Liga a partir de
2003. De partido nacionalista del norte de Italia pasó a partido
nacional de extrema derecha. En muchas cosas copió a Trump y siguió
el modelo que en Francia
defiende Marine
Le Pen. Su política de
rechazo a los emigrantes y refugiados y su oposición a las
propuestas de la Unión Europea sedujo
a obreros, parados, jubilados… En las elecciones de 2018 ganó el
Movimiento 5
Estrellas y el segundo
partido fue La Liga, dando el sorpasso
a Forza Italia. Finalmente se alió con el
Movimiento
5 Estrellas
y Salvini
ocupó la cartera de Interior. Así
un partido de extrema derecha alcanzaba el poder en el corazón de la
UE.
Otros
grupos de extrema derecha se encuentran bien representados en los
parlamentos de los estados europeos, algunos ya con cierta tradición,
como el Frente Nacional de
Marine Le Pen en Francia, Alternativa para Alemania, el
Partido para la Libertad en Países Bajos, el UKIP en el Reino Unido,
que tan
importante papel ha jugado
en el brexit,
o el caso español con VOX.
Muchos
de estos partidos se ha apropiado, reinterpretándolos, de algunos de
los elementos ideológicos de la izquierda. Así
ha ocurrido con el
concepto “alternativa”. En
muchos casos han defendido una democracia directa, sin participación
de partidos clásicos ni sindicatos y
el recurso al referéndum, la
movilización en la calle o
el
rechazo a la globalización, a
Bruselas
y a
las consecuencias de la crisis. Todo
eso
trufado de antifeminismo,
rechazo de lo diferente y de las medidas de igualdad, racismo,
xenofobia y antiislamismo. Incluso
Bannon,
estratega y
jefe de la campaña que llevó a Trump
a
la presidencia de EE.UU., llegó
a definirse como leninista: “Lenin (….) quería destruir el
Estado, y este es mi objetivo también”.
La
era del posfascismo
La
inseguridad, especialmente tras los atentados de grupos islámicos
como Al Qaeda,
dahes o
los llamados lobos solitarios, la pérdida de confianza en la
política por su incompetencia para prevenir la crisis de 2008, el
rechazo a las medidas que han aplicado como consecuencia de la misma,
el aumento de los
movimientos migratorios y los mensajes difundidos a través de medios
periodísticos y redes sociales, culpabilizando a los inmigrantes de
todo tipo de males, han producido una
fascistización generalizada
de la sociedad neoliberal. Muchos
partidos de la derecha tradicional, ante el avance de los grupos de
extrema derecha, han abrazado muchas de las propuestas de esos
grupos, especialmente en lo que se refiere al rechazo a los
inmigrantes y refugiados políticos, la defensa de lo nacional, la
patria, frente a la globalización, la protección a la familia
tradicional frente a otros modelos de familia o el control
ideológico. Es lo que algunos autores han llamado posfascismo.
Conclusiones
Tras
la derrota de los partidos fascista y nazi clásicos en 1945, los
grupos fascistas que de forma residual quedaban en Europa, tuvieron
un fuerte impulso tras la desaparición de la URSS y la caída del
muro de Berlín. También en estos países hubo un renacer de
partidos que habían luchado junto a Hitler o Mussolini y se crearon
grupos de corte fascista de nuevo cuño.
Una
segunda implosión de grupos de extrema derecha se produjo como
consecuencia de la crisis de 2008. Se crearon grupos neofascistas que
mantienen prácticamente las mismas características que los grupos
fascistas pero pretenden por todos
los medios que no se les identifique con los fascismos clásicos. En
muchos casos sustituyen el antisemitismo con la islamofobia. Estos
partidos no se consideran fascistas por lo desprestigiado del
término. Pretenden presentarse como centro del sistema y no dudan en
pactar y reclamar libertad de expresión o los
derechos que
garantizan los sistemas
democráticos, aunque no
creen en la democracia. Otra
de sus características
es la vuelta del caudillismo. Definirlos como populistas
es una cortina de humo que difumina sus perfiles y normaliza su
discurso, que se engloba
claramente en el concepto de neofascista.
Por
último los discursos fascistas o neofascistas, han impregnado el
sistema neoliberal infiltrando sus propuestas en partidos y
movimientos de la
derecha más clásica, en lo que algunos llaman neofascismo. Eso
se debe fundamentalmente a que propuestas de tipo fascista, que hace
muy pocos años eran rechazados por la inmensa mayoría, se han
normalizado y son admitidos por partidos y medios de comunicación.
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