Nacionalismos

 

El debate sobre la unidad de España frente a los planteamientos de los partidos nacionalistas, ha sido una constante en la política española desde el siglo XIX. Las elecciones al Parlament de Cataluña, con el triunfo de las fuerzas independentistas, ha vuelto a poner la cuestión sobre la mesa, a pesar del gran espacio que los temas relacionados con la pandemia ocupan en los medios de comunicación y las redes sociales.

Generalmente cuando hablamos de partidos nacionalistas nos referimos a los que desarrollan su actividad política en Cataluña, el País Vasco y en menor medida, en Galicia; pero creo que eso es una simplificación y que la realidad es que hay otros muchos partidos, de ámbito estatal o autonómico, que también defienden posturas nacionalistas.

En esta entrada voy a hacer un breve recorrido sobre el origen histórico del concepto de nacionalismo, las principales características que lo identifican, la situación de los nacionalismos en España y algunas conclusiones sobre el tema.

¿A qué llamamos nacionalismo?

El debate sobre lo que significa el nacionalismo ha ocupado a historiadores, politólogos, sociólogos y filósofos desde el siglo XIX y por tanto han surgido multitud de definiciones. Sin embargo en lo que parece haber mayor coincidencia es en afirmar que se trata de la doctrina que establece que el sujeto de la Historia es el pueblo, que se identifica con la nación, y que cada nación debe tener su propio Estado. Por tanto el objetivo del nacionalismo será conseguir la unidad entre nación y Estado. En cuanto a la idea de nación, esta proviene del nacionalismo. Aunque ya en la Edad Media se utilizaba el término natio, esta se aplicaba a una comunidad de una misma unidad lingüística. Pero desde el XIX al hablar de nación nos referimos a un territorio que se considera propio, sobre el que se ejerce, o se aspira a ejercer, una soberanía política, con sentimiento de sus habitantes de pertenencia a la misma y una historia y cultura que la distingue de otras realidades nacionales.

Existen diversos tipos de nacionalismo. Así se habla de un nacionalismo político, en el que la pertenencia a la nación es un acto voluntario de los individuos, que deciden vivir en una comunidad bajo unas mismas normas, y un nacionalismo cultural o étnico, que afirma que la pertenencia a la nación viene determinada por el nacimiento y la existencia de unos rasgos comunes étnicos, históricos, lingüísticos y culturales y de la que se excluyen los que no tengan esas características. También puede ser integrador, cuando pretende unir en un mismo Estado comunidades que pertenecen a una misma nación, pero están en diversos estados (caso de Italia o Alemania) o separatista cuando diversas naciones que viven bajo un mismo Estado (imperio Austro-Húngaro o el Otomano) quieren tener su propio Estado. Se distinguen diversos grados de nacionalismo dependiendo de la intención de tener un Estado totalmente independiente de otros (separatista), con algún tipo de acuerdo de federación o confederación con otros estados (federalista o confederalista) o con algún grado de autogobierno dentro de otro Estado (autonomista o regionalista).

Origen del nacionalismo

Durante los siglos XVI y XVII en algunas de las actuales naciones europeas hubo la conciencia de pertenencia a una identidad que las distinguía de otras naciones europeas, pero el primer antecedente del nacionalismo lo encontramos en el ilustrado francés Rousseau, quien proponía que el pueblo constituía un grupo nacional que debía gobernarse a sí mismo. Pero sólo puede hablarse de nacionalismo después de la Revolución francesa. Para los revolucionarios la nación la constituye un conjunto de individuos gobernados por una misma ley y representados en una misma asamblea. La soberanía pasa del rey al pueblo (soberanía popular) y por tanto a la nación (soberanía nacional). Esta doctrina se difunde por toda Europa, generalmente junto a la defensa del liberalismo, pero será el imperialismo napoleónico el que provocará levantamientos populares de resistencia, con fuerte contenido nacionalista.

Frente a este nacionalismo político, durante el romanticismo se desarrollará el nacionalismo cultural germánico que se extiende rápidamente por el resto de Europa. Se exalta lo concreto y diferenciador de cada nación. Se buscan los elementos históricos y culturales que configuran la nación, considerada como algo permanente en el tiempo.

En 1870 el nacionalismo impulsa la unificación de Italia y Alemania. Hasta la Primera Guerra Mundial se produce una eclosión de movimientos nacionalistas en toda Europa que tuvieron su concreción en la aparición de grupos que tenían como objetivo dotar a sus naciones de un Estado propio. Al finalizar la guerra muchos de estos grupos consiguieron sus objetivos y se crean nuevos estados tras el desmembramiento del imperio Austro-Húngaro y el Otomano o la separación de Irlanda del Reino Unido. Tras la Segunda Guerra mundial proliferaron los nacionalismos en las antiguas colonias europeas en lo que empezó a llamarse Tercer Mundo. Con la caída del bloque socialista se han vuelto a presentar en la vieja Europa las cuestiones nacionalistas: repúblicas ex-soviéticas, Yugoslavia, Checoslovaquia… El actual proceso de globalización que difumina las diversas identidades y tiende a una homogeneización cultural, ha acentuado el sentimiento nacionalista y la aparición o reaparición de grupo nacionalistas y ultranacionalistas, a veces con tintes xenófobos y racistas.

El nacionalismo en España

A partir del siglo XVI muchos de los habitantes de los distintos reinos que compartían el suelo peninsular tenían una vaga idea de España, que suponía una identidad cultural común y que la hacía diferente de otras naciones. El reinado de Felipe V de Borbón supuso un intento de homogeneización administrativa y con Carlos III se refuerza esa búsqueda de una identidad española con la creación de las Academias y de símbolos como el himno o la bandera. Pero España continuaba siendo fundamentalmente una unidad geográfica, en la que convivían diversas unidades políticas bajo el poder de un mismo monarca.

España como realidad política, social y económica nace en 1808 durante la llamada Guerra de Independencia y tiene su partida de nacimiento en las Cortes de Cádiz. La Constitución de 1812 establecía que la soberanía residía en la nación y no en el rey. Durante la guerra de Independencia, conviven dos tipos de nacionalismos: la nación como cuerpo político de ciudadanos, defendida por la burguesía liberal y la nación como cuerpo histórico basado en lo que se consideran las esencias inalterables del pueblo español y que la reacción clerical y absolutista identificaba con las formas de vida del Antiguo Régimen. En ambas concepciones se defienden la monarquía y la religión católica como elementos sustanciales del ser español. El nacionalismo también prendió en las colonias españolas americanas que en un corto proceso, se fueron independizando de España. La vuelta del absolutismo con Fernando VII no logró desarraigar estas ideas y la revolución liberal las reafirmó, aunque continuaron coexistiendo ambos nacionalismos. Las élites continuaron el proceso de nacionalización y de creación de un mercado nacional sin trabas comerciales.

Este proceso iba acompañado de medidas de centralización y homogeneización que provocó la reacción de colectivos que defendían su lengua y su cultura, especialmente en el País Vasco y en Cataluña. En este último caso a estas reivindicaciones se unía la burguesía industrial y comercial que veía peligrar sus intereses frente al centralismo castellano. Desde finales del siglo XIX, el nacionalismo catalán cuestionaba el programa canovista de integración y asimilación nacionalista española. También se refuerza el nacionalismo vasco aunque sin contar con el claro apoyo de la burguesía como ocurría en el caso catalán. El nacionalismo español reacciona con autoritarismo, haciendo depositario al estamento militar de la defensa de la unidad de España. La Dictadura de Primo de Rivera supuso un fuerte reforzamiento del nacionalismo español frente a los nacionalismos periféricos, prohibiendo el uso de lenguas distintas del castellano, estableciendo un manual de historia obligatorio en todo el Estado, amenazando con medidas disciplinares al profesorado que enseñara en sus aulas conceptos que pudieran poner en peligro la unidad nacional o estableciendo el delito de separatismo. Como reacción a estas medidas y ante el descrédito de la monarquía, los años finales de la Dictadura favorecieron la dinamización de los nacionalismos y regionalismos. La confluencia y unidad de acción de los grupos nacionalistas con las izquierdas españolas fue notable.

La II República fue un claro intento de democratizar y modernizar el país e integrar en la configuración del Estado los diversos nacionalismos. Frente a la República se movilizó un ultranacionalismo español muy radicalizado, insistiendo en la defensa a ultranza de una España concebida en términos de un unitarismo total: unidad nacional, unidad católica, unidad lingüística y unidad cultural. Tras la guerra se intentó implantar por la fuerza una determinada identidad nacional. Además de la represión para acabar con todo lo que supusiera diversidad política, ideológica, cultural o lingüística, el sistema escolar fue imprescindible para crear esa identidad simbólica: enseñanza en el idioma oficial del Estado y prohibición de las otras lenguas; difusión de mitos históricos comunes; importancia de la Iglesia en la configuración de las esencia española etc. Como consecuencia, entre amplios grupos de jóvenes y trabajadores se produjo un desprestigio del nacionalismo español, identificado con Franco y la dictadura.

El fin de la dictadura y la aprobación de la Constitución fue redefiniendo el nacionalismo español hacia un nuevo modelo, basado en la lealtad Constitucional y el reconocimiento de otras realidades políticas y culturales que configuran lo que se ha llamado el Estado de las autonomías. Sin embargo, en los últimos tiempos se ha producido una vuelta a los nacionalismos más extremos. Por una parte la aparición en el ámbito institucional de grupos de extrema derecha y la radicalización de los partidos que se autodenominan constitucionalistas, ha vuelto a traer al debate político la versión del nacionalismo español que fue predominante durante el franquismo y que se basa, en lo fundamental, en la defensa a ultranza de la unidad nacional y la desconfianza hacia los otros nacionalismos. Pero por otra, nacionalismos, como el catalán, han entrado en una dinámica independentista, sin salida legal posible en nuestro actual ordenamiento constitucional, lo que a su vez sirve para reforzar las tesis del nacionalismo español más extremo.

Conclusiones

En España coexiste un nacionalismo español junto con otros nacionalismos llamados periféricos. Si bien los más visibles son los que tienen lengua propia y fueron pioneros en conseguir instituciones de autogobierno, como es el caso de Cataluña, País Vasco y Galicia, también existen corrientes nacionalista en otras comunidades como Andalucía, Canarias, Comunidad Valenciana y, quizás en menor medida, en otras autonomías. Sin embargo desde el nacionalismo español existe el empeño de considerar al nacionalismo como propiedad de “otros” atribuyéndole signos amenazantes y peligrosos. Como si no existiese, también, un nacionalismo español, a veces negado, pero vivo.

El nacionalismo no se puede valorar moralmente como bueno o malo. Pero es una realidad que está presente y a la que es necesario darle un acomodo que permita convivir democráticamente y sin imposiciones de unos nacionalismos sobre otros, a las distintas realidades nacionales que existen en España. En ese sentido, el intento que se hizo durante la II República no tuvo tiempo de desarrollarse, cortado bruscamente por la guerra y la posterior dictadura. El Estado de las autonomías diseñado en el Título VIII de nuestra Constitución fue otro intento de dar respuesta a esa realidad, pero resulta evidente que no contenta a todos los nacionalismos. Quizás habría que ir dando pasos en el camino hacia una España federal que permita que las distintas realidades nacionales puedan tener el mayor grado de autogobierno, sin imposiciones y sin privilegios.

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